Los ensayos que conozco sobre el momento actual insisten
mucho en las contradicciones de la sociedad contemporánea, en la gravedad de la
crisis socio-cultural y económica, y en el carácter decadente de este final de
siglo.
Sin duda, también hablan de fragmentos de bondad y de
belleza, y de gestos de nobleza y generosidad, pero todo ello parece quedar
como ocultado por la fuerza del mal, el deterioro de la vida y la injusticia. Al
final, todo son «profecías de desventuras».
Se olvida, por lo general, un dato enormemente
esperanzador. Está creciendo en la conciencia de muchas personas un sentimiento
de indignación ante tanta injusticia, degradación y sufrimiento. Son muchos los
hombres y mujeres que no se resignan ya a aceptar una sociedad tan poco humana.
De su corazón brota un «no» firme a lo inhumano.
Esta resistencia al mal es común a cristianos y
agnósticos. Como decía recientemente el teólogo holandés E. Schillebeeckx,
puede hablarse dentro de la sociedad moderna de «un frente común, de creyentes
y no creyentes, de cara a un mundo mejor, de aspecto más humano».
En el fondo de esta reacción hay una búsqueda de algo
diferente, un reducto de esperanza, un anhelo de algo que en esta sociedad no
se ve cumplido. Es el sentimiento de que podríamos ser más humanos, más felices
y más buenos en una sociedad más justa, aunque siempre limitada y precaria.
En este contexto cobra una actualidad particular la
llamada de Jesús: «Estad en vela.» Son palabras que invitan a despertar
y a vivir con más lucidez, sin dejarnos arrastrar o modelar pasivamente por
cuanto se impone en esta sociedad.
Tal vez, esto es lo primero. Reaccionar y mantener
despierta la resistencia y la rebeldía. Atrevernos a ser diferentes. No actuar
como todo el mundo. No identificarnos con lo inhumano de esta sociedad. Vivir
en contradicción con tanta mediocridad y falta de sensatez. Iniciar la
reacción.
Nos deben animar dos convicciones. El hombre no ha
perdido su capacidad de ser más humano y de organizar una sociedad más
aceptable. Por otra parte, el Espíritu de Dios sigue actuando en la historia y
en el corazón de cada persona.
Es posible cambiar el rumbo equivocado que lleva esta
sociedad. Lo que se necesita es que cada vez haya más personas lúcidas que se
atrevan a introducir sensatez en medio de tanta locura, sentido moral en medio
de tanto vacío ético, calor humano y solidaridad en el seno de tanto
pragmatismo sin corazón.
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