miércoles, 12 de diciembre de 2012

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO



Tercer domingo de Adviento - C

Sof 3,14-18

Is 12,2-6

Flp 4,4-7

Lc 3,10-18


1. Situación

El Adviento, lo celebrábamos así el domingo pasado, está marcado por la Palabra que anuncia la llegada inminente de la era del Cumplimiento, la venida del Mesías. Para nosotros estas frases sólo tienen resonancia de literatura teológica; a lo sumo, de retórica religiosa. Frases solemnes, con apenas incidencia en la vida personal, y ninguna, desde luego, en la social.

¿Qué noticia podrían darnos hoy en la televisión que supusiese un revolcón, un despertar de la humanidad?

Lo fue en un momento, quizá, la caída del muro de Berlín, la convocación del Concilio Vaticano II...


2. Contemplación

Sin embargo, a los oyentes del Bautista, la noticia de la proximidad del Reino les conmocionó las conciencias. El Evangelio de hoy nos habla de ese estado de expectación que suscitó la predicación del profeta:

- «Entonces, ¿qué hacemos?» En esa actitud de compromiso se muestra lo que estaba significando la esperanza mesiánica.

- Pero el Bautista no fomenta lo fácil y espontáneo en estos casos, los sentimientos de fanatismo. Al contrario, a unos y a otros pide la realización práctica de su esperanza mediante el realismo de la justicia y la solidaridad, en su trabajo diario.

- Al introducir, entre los interlocutores, a publicanos y militares, el evangelista anticipa una de las características esenciales del mesianismo de Jesús, la cercanía misericordiosa de Dios. El Dios que viene es Dios de gracia para todos, también para los paganos y los pecadores.

La primera lectura acentúa esta dimensión gozosa de la Salvación.

La carta a los Filipenses supone que el cristiano tiene experiencia de la alegría de la Salvación y la vive como un don normal de su vida. Debe cuidarla, eso sí, o mejor, debe dejar que ese don de la Paz lo guarde a él.


3. Reflexión

Si conociésemos esa Paz, sabríamos por experiencia que el Cumplimiento ha llegado y que Dios ha desbordado nuestras expectativas.

Somos tan ciegos que, después de dos mil años de la era mesiánica, nos parece que todo sigue igual, que la venida de Jesús ha sido una ilusión.

Y tan infantiles que nos quejamos, una y otra vez, de los caminos de la salvación, tan débiles, del estilo de Dios, tan poco triunfador.

Seguimos sin poder coordinar las imágenes del Antiguo Testamento (las primeras lecturas) con la realidad de la Navidad (el Mesías, un niño indefenso en un pesebre).

Sólo se nos ocurre «espiritualizar», o sea, decir que los dones del Nuevo Testamento no son materiales, sino espirituales. ¡Por el contrario, el Evangelio de hoy nos dice que la era mesiánica trae la justicia y la solidaridad social; más, la superación de las barreras religiosas!

Y tan duros de corazón que confundimos la alegría mesiánica con la victoria de nuestra causa (el triunfo de mis ideas, de mi pueblo, de mi grupo, de la Iglesia...).

La paz mesiánica, don de la Pascua, y, por lo tanto, llegada efectiva del Reino, nos libera del miedo a la muerte y de la angustia de nuestra finitud no aceptada, nos abre al amor desinteresado y nos da ojos para discernir las fuerzas transformadoras de la Historia, siempre latentes, nos hace libres «desde dentro», nos posibilita la vida del Hijo, la confianza incondicional en el Padre y la entrega gozosa a su voluntad...

Pero no puedo disponer de ella. En cuanto intento conquistarla o retenerla ansiosamente o confundirla con mis propias capacidades (autocontrol, equilibrio sicológico, tranquilidad de conciencia...), se me escapa. Depende de algo muy simple: abandono confiado y activo en Dios, mirada agradecida y gozosa al Mesías que viene «con Espíritu Santo y fuego, a quien no merezco desatar la correa de sus sandalias».


4. Práctica

Cultiva esta semana esa mirada de fe.

Que no se te quede en un mero sentimiento piadoso, que suscite la pregunta de la gente que escuchaba al Bautista: «¿Qué hacemos? »

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