Tercer domingo de Adviento - C
Sof 3,14-18
Is 12,2-6
Flp 4,4-7
Lc 3,10-18
1. Situación
El Adviento, lo celebrábamos así el domingo pasado, está marcado
por la Palabra que anuncia la llegada inminente de la era del Cumplimiento, la
venida del Mesías. Para nosotros estas frases sólo tienen resonancia de
literatura teológica; a lo sumo, de retórica religiosa. Frases solemnes, con
apenas incidencia en la vida personal, y ninguna, desde luego, en la
social.
¿Qué noticia podrían darnos hoy en la televisión que supusiese un
revolcón, un despertar de la humanidad?
Lo fue en un momento, quizá, la caída del muro de Berlín, la
convocación del Concilio Vaticano II...
2. Contemplación
Sin embargo, a los oyentes del Bautista, la noticia de la
proximidad del Reino les conmocionó las conciencias. El Evangelio de hoy nos
habla de ese estado de expectación que suscitó la predicación del
profeta:
- «Entonces, ¿qué hacemos?» En esa actitud de compromiso se muestra
lo que estaba significando la esperanza mesiánica.
- Pero el Bautista no fomenta lo fácil y espontáneo en estos casos,
los sentimientos de fanatismo. Al contrario, a unos y a otros pide la
realización práctica de su esperanza mediante el realismo de la justicia y la
solidaridad, en su trabajo diario.
- Al introducir, entre los interlocutores, a publicanos y
militares, el evangelista anticipa una de las características esenciales del
mesianismo de Jesús, la cercanía misericordiosa de Dios. El Dios que viene es
Dios de gracia para todos, también para los paganos y los
pecadores.
La primera lectura acentúa esta dimensión gozosa de la
Salvación.
La carta a los Filipenses supone que el cristiano tiene experiencia
de la alegría de la Salvación y la vive como un don normal de su vida. Debe
cuidarla, eso sí, o mejor, debe dejar que ese don de la Paz lo guarde a
él.
3. Reflexión
Si conociésemos esa Paz, sabríamos por experiencia que el
Cumplimiento ha llegado y que Dios ha desbordado nuestras
expectativas.
Somos tan ciegos que, después de dos mil años de la era mesiánica,
nos parece que todo sigue igual, que la venida de Jesús ha sido una
ilusión.
Y tan infantiles que nos quejamos, una y otra vez, de los caminos
de la salvación, tan débiles, del estilo de Dios, tan poco triunfador.
Seguimos sin poder coordinar las imágenes del Antiguo Testamento
(las primeras lecturas) con la realidad de la Navidad (el Mesías, un niño
indefenso en un pesebre).
Sólo se nos ocurre «espiritualizar», o sea, decir que los dones del
Nuevo Testamento no son materiales, sino espirituales. ¡Por el contrario, el
Evangelio de hoy nos dice que la era mesiánica trae la justicia y la solidaridad
social; más, la superación de las barreras religiosas!
Y tan duros de corazón que confundimos la alegría mesiánica con la
victoria de nuestra causa (el triunfo de mis ideas, de mi pueblo, de mi grupo,
de la Iglesia...).
La paz mesiánica, don de la Pascua, y, por lo tanto, llegada
efectiva del Reino, nos libera del miedo a la muerte y de la angustia de nuestra
finitud no aceptada, nos abre al amor desinteresado y nos da ojos para discernir
las fuerzas transformadoras de la Historia, siempre latentes, nos hace libres
«desde dentro», nos posibilita la vida del Hijo, la confianza incondicional en
el Padre y la entrega gozosa a su voluntad...
Pero no puedo disponer de ella. En cuanto intento conquistarla o
retenerla ansiosamente o confundirla con mis propias capacidades (autocontrol,
equilibrio sicológico, tranquilidad de conciencia...), se me escapa. Depende de
algo muy simple: abandono confiado y activo en Dios, mirada agradecida y
gozosa al Mesías que viene «con Espíritu Santo y fuego, a quien no merezco
desatar la correa de sus sandalias».
4. Práctica
Cultiva esta semana esa mirada de fe.
Que no se te quede en un mero sentimiento piadoso, que suscite la
pregunta de la gente que escuchaba al Bautista: «¿Qué hacemos?
»
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